Una de las cualidades más extrañas de nuestra cultura occidental viene de la mano con la curiosa manera que tenemos para saludarnos. Dejando de lado los apretones de manos, los abrazos o el beso en la mejilla, cuando nos encontramos con alguien en la calle, llamamos por teléfono a un amigo o nos encontramos con alguno de nuestros contactos en las redes sociales como Facebook o Whatsapp, viene la típica frase: “Hola, ¿cómo estás?”
Sin embargo, cuando hacemos esa pregunta del “¿cómo estás?”, ¿cuántas veces nos detenemos a escuchar lo que nos responden? Asumimos de lleno que la respuesta será “bien” o algo por el estilo, pero en contadas ocasiones prestamos la suficiente atención a lo que nos dirán y, con esto, hacemos caso omiso al estado emocional o de salud de nuestro interlocutor.
Observación y empatía
Si tan sólo nos detuviéramos algunos segundos más en hacer esa pregunta y, en lugar del clásico “¿cómo estás?” añadiéramos una frase empática y, al mismo tiempo, demostrar nuestro interés por el otro mencionándole algún detalle de su corte de pelo, de su vestimenta o de su apariencia, de seguro la respuesta que recibiríamos no sería el ya aprendido por costumbre “bien” sino que esta vez sería una frase elaborada que daría cuenta del interés y empatía que hemos causado.
Desarrollar el poder de la observación no implica solamente agudizar el sentido de la vista sino que tomar conciencia de cada una de nuestras fuentes de sensación, percepción y atención. Y, si utilizamos esta aptitud en mejorar nuestra relación con el resto, no sólo le regalarás una verdadera amistad a quienes te rodean sino que además generarás un impacto realmente positivo en los demás, dejando una huella poderosisima como ser humano.